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martes, 22 de diciembre de 2009

DICEN QUE LOS MONOS (ALGUNOS) HABLAN UN LENGUAJE ANCESTRAL


(Foto de Mono Campbell publicada en El Pais; AFP)

Salía hace poco en los medios la noticia de que una especie de monos de Costa de Marfil articulan seis tipos de gritos para formar frases. Estos seis gritos son "boon", "krak", "hok", "hokoo", "krakoo "y "wakoo". Algunos de estos gritos, por separado, tienen un significado concreto, como es el caso de hok, que significa águila, y krak, leopardo, sus dos grandes depredadores. Pero esto ya lo hacen los monos Vervet, que también tienen un vocabulario de unas cinco palabras. Lo peculiar de estos monos Campbell, que es de quienes estamos hablando, es que combinando esos gritos pueden modificar su significado. Unas modificaciones serían incluso de carácter más bien morfosintáctico, pues si a “krak” precede “boon”, entonces el leopardo se está viendo muy de lejos y no representa un peligro, al contrario que “krak”, a secas, que dispara las reacciones de huida. Y las combinaciones van más allá, pues tienen otras como “boon boon”, que significa “venid”, o “boon boon krakoo krakoo”, que significa que se va a caer una rama. ¡Qué ingeniosos estos monos! ¡Con sólo 6 palabras en su diccionario hay que ver cómo se las ingenian!

Hace unos años, Hauser, Chomsky y Fitch publicaron un artículo muy polémico, pero miles de veces citado, en el proponían que lo único exclusivamente humano de nuestro lenguaje era su sintaxis, sus posibilidades de combinación casi infinitas. Otros aspectos de nuestro lenguaje, como el tener un extenso vocabulario, o la fonología, podían verse aunque fuera rudimentariamente en otras especies. No sólo los monos Vervet tienen un vocabulario, sino que también se le puede enseñar a un chimpancé. La fonología podía ser imitada por un papagayo. Lo verdaderamente “humano”, lo que nos da la “piedra filosofal” de nuestro lenguaje, motor de toda nuestra mente, sería la sintaxis. De ahí que encontrar evidencias de que existe sintaxis en los lenguajes del mundo animal resulte tan espectacular desde el punto de vista científico. Suponen una evidencia en contra de aquella propuesta de Hauser, Chomsky y Fitch, y entran en el hoy por hoy intenso debate.

Hay otros autores que piensan, sin embargo, que lo importante del lenguaje humano no está en la sintaxis, sino en algo que realmente sólo muy poquitas especies en el planeta comparten con nosotros. Se trata de la capacidad de que nuestro vocabulario, por mínimo que sea, se refiera a algo que no esté presente en la situación actual. Tan mínimo, que el propio Bickerton, que es quien ahora propone esta idea, piensa que en su inicio sólo tuvo una palabra nuestro diccionario. Esa palabra es “mamut”.

Curioso, ¿verdad? El que fuéramos carroñeros especializados en grandes mamíferos, ya que sólo nosotros con nuestras toscas herramientas de homo habilis podíamos descarnar un mamut y extraer hasta el interior de sus huesos, tuvo que conllevar, dice Bickerton, el que cuando un ser humano se encontrara un mamut fuera a llamar a sus congéneres con el fin de que entre todos sacaran el máximo provecho del paquidermo y a la vez se defendieran de otros carroñeros en competencia. Vamos, dicho de otro modo, que el que se lo encontrara tenía que ir a donde se encontrara el grupo y gritar “mamut”, pero no había ningún mamut delante.

Así empezaría todo. Poco a poco, y dolorosamente, nos iríamos haciendo un vocabulario de entidades ausentes o, lo que viene a ser lo mismo: símbolos. En el símbolo empezó todo, como proponen también otros autores que me parecen convincentes, como Jackendoff. Luego vendría la sintaxis.

Lo curioso del caso es que las similitudes que encuentra Bickerton con el inicio de nuestro protolenguaje ancestral no se encuentran en los chimpancés. Ni en los monos Campbell. Ni en los delfines ni en los elefantes. Se encontrarían en las hormigas y las abejas. Sí, amigos, algunas especies de hormiga llevan hasta el hormiguero un pedacito del alimento que hayan encontrado, pedacito que “simboliza” todo el resto del alimento que espera a ser avasallado por el hormiguero, alimento que no se encuentra a la vista (bueno, si, una mínima porción). Sabido es que las abejas representan un baile delante de sus compañeras para indicar la posición de una fuente importante de polen, polen que no se ve (este ejemplo sí me parece más simbólico).

Así que, quién sabe, lo mismo dentro de unos cientos de miles de años nos encontramos con que las hormigas y las abejas acaban de publicar la 5ª edición de su gramática. Me gustaría entonces ver el tamaño de su cabeza.

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